En "Al pie de la Cruz" un joven compositor de sólo
18 años crea en 1900 la primera marcha procesional jerezana conocida. Una pieza
incomparable donde se aúnan un comienzo sombrío, una nana melancólica y pasajes
de gran dramatismo. Todo en la línea del tardío romanticismo de su autor, que
nos legó otros grandes hitos en este género musical, tocados y admirados en
toda España. Pasamos de la escultura a la música. De Ortega Bru a Beigbeder.
Dos personalidades tan distintas, de generaciones diferentes, criados en clases
sociales divergentes, con planteamientos incluso opuestos respecto a la
ortodoxia o la renovación del arte pero unidos por ser dos grandes creadores de
nuestra Semana Santa, con frecuencia incomprendidos, si bien dotados de una
extraordinaria técnica y una honda espiritualidad, tan escasos en la imaginería
y la música procesional actuales. Germán Álvarez Beigbeder (1882-1968) desechó
una carrera prometedora para apostar por la mejora del nivel musical de su
ciudad. Una calle, una sencilla placa colocada hace sólo once años en el lugar
donde se ubicaba su casa natal y el nombre de una joven orquesta de cámara son
los homenajes que ha hecho Jerez a su memoria. Un reconocimiento digno aunque
tal vez se quede corto para el que dicen que ha sido el mejor músico jerezano.
En cualquier caso, no seré yo quién pida un monumento para él, y menos
comprobando el mal gusto que caracteriza a los levantados en las últimas
décadas. El mejor monumento siempre será seguir escuchando y difundiendo su
valiosa obra y mantener el legado que nos dejó a través de una institución como
la banda municipal, que fundó en 1930 y que en estos días pasa por los momentos
quizás más críticos de su historia. Esa sería la mejor manera de conmemorar
dentro de dos años el cincuentenario de su muerte, que su banda esté más viva
que nunca.
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